Las reglas se hicieron para romperse: Katherine Switzer se cuela en la maratón de Boston
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Las reglas se hicieron para romperse: Katherine Switzer se cuela en la maratón de Boston

ON March 4, 2022 by aaroncoble

 

Katherine «K.V.» Switzer se inscribió en la maratón de Boston en 1967. Al menos, eso creía que estaba haciendo. No se daría cuenta de que estaría corriendo para defender los derechos de las mujeres hasta que pasara el tercer kilómetro.

Katherine Switzer descubrió su pasión por correr cuando era pequeña. Cuando asistió a la Syracuse University, no había un equipo de running femenino en ese momento, por lo que el equipo masculino la invitó a entrenar con ellos. Allí conoció a su entrenador, Arnie Briggs.

En una oscura y fría carrera de invierno de 10 kilómetros, Arnie volvió a contar sus historias de gloria de sus 15 maratones de Boston y despertó en Katherine el deseo de hacer lo mismo. «Las mujeres son demasiado débiles y frágiles para correr 42 kilómetros», dijo. Entre bocanadas, Switzer respondió: «Las mujeres de la historia han logrado cosas muy difíciles», haciendo referencia a que hacía solo un año Roberta Gibb había terminado la maratón de Boston.

Arnie explotó. «Ninguna dama jamás ha corrido una maratón». Las opiniones de Arnie no fueron ninguna sorpresa. La sociedad creía que correr era una actividad demasiado extenuante para el cuerpo femenino. Según la mayoría, a las mujeres que corrían se les hinchaban las piernas, les crecía bigote y vello en el pecho y se les caía el útero.

Este es precisamente el motivo por el que la Unión de Atletismo Amateur (Amateur Athletic Union, AAU), el organismo que regulaba el deporte en ese entonces, limitó las carreras para mujeres a solo 2,4 kilómetros cada vez.

Katherine sabía que las mujeres eran capaces de mucho más y lo expresó. Arnie respondió: «Creo que tú podrías, pero tendrías que demostrármelo». Y si me lo demostraras en los entrenamientos, sería la primera persona en llevarte a Boston».

Desafío aceptado. Tres semanas antes de la maratón de Boston, Arnie y Katherine corrieron una carrera de prueba de 42 kilómetros. Cerca del final, Katherine no se sentía cansada. Al contrario, se sentía llena de energía. Sugirió correr otros 8 kilómetros para sentirse mucho más segura. Después de los 50 kilómetros, Arnie casi se desmayó, pero Katherine estaba revitalizada. Era momento de que él cumpliera con su parte del trato. Era momento de ir a Boston.

Arnie dijo que debía inscribirse según las normas de la AAU. Los dos revisaron el reglamento en busca de alguna disposición específica que le prohibiera correr la carrera por motivos de género. No pudieron encontrar nada.

Completó su inscripción en la AAU y pagó su cuota de ingreso de 3 $ en efectivo. Katherine firmó con su nombre como siempre lo hacía, «K.V. Switzer». Arnie envió las dos inscripciones junto con sus certificados de aptitud física (esto era necesario antes de existieran las clasificaciones). Para la AAU, «K.V. Switzer» era un estudiante hombre de Siracusa de 20 años. Después de todo, acababa de inscribirse en la maratón de Boston, una «carrera para hombres» desde hacía 70 años.

«Voy a terminar esta carrera, aunque sea a gatas si es necesario».

La mañana del 19 de abril de 1967, Arnie y Katherine empezaron sus ejercicios de calentamiento antes de dirigirse a la línea de salida de la maratón de Boston. La lluvia, el aguanieve y el viento atormentaron a los atletas de principio a fin.

A lo largo de la carrera, los corredores se colocaban las manos debajo de las axilas para evitar que se les congelaran. Otros llevaban gorros, orejeras, capuchas y guantes.

Katherine se ató su capucha debajo de la barbilla y se puso una bolsa de basura negra para cubrirse el torso. Al pasar por la puerta de acceso, mostró su número de dorsal, el 261, y los funcionarios le dieron paso a la línea de salida.

Arnie le sonrió y le dijo: «Te dije que no habría ningún problema».

Tres kilómetros después, el autobús de la prensa pasó junto a ellos y tocó el pito para que Arnie y Katherine se apartaran. Un reportero vio a Katherine corriendo con pantalones deportivos grises, una sudadera, con los labios pintados y con su pelo corto castaño moviéndose de un lado a otro e informó inmediatamente al codirector de la carrera, Jock Semple.

Katherine seguía corriendo y la gente le sonreía y la alentaba, pero luego oyó el ruido de las suelas de unos zapatos de cuero en el suelo y se dio cuenta de lo que sucedía en el último minuto.

Se dio media vuelta. Jock Semple la agarró y le gritó: «¡Sal ahora mismo de mi carrera y devuélveme el dorsal!» Trató de arrancarle el dorsal delantero, pero no lo logró. Katherine volvió a su posición y continuó corriendo. De un manotazo, Jock le arrancó su dorsal trasero y le agarró la sudadera. Katherine gritaba y Arnie le decía «¡Déjala en paz, Jock! Yo la entrené. Está bien, ¡déjala en paz!» Jock le respondió: «¡No te metas en esto, Arnie!»

Tom Miller, el novio de Katherine y exjugador de fútbol americano de 106 kg, la había acompañado a la maratón de Boston. Cuando vio a Jock agarrando a su novia, quiso defenderla y se lanzó sobre Jock con todo el cuerpo y logró apartarlo de la carretera y tirarlo sobre el césped. Arnie se dirigió entonces a Katherine y le dijo: «¡Corre como un demonio!»

Katherine pensó en detenerse. Sentía miedo y vergüenza.

Los periodistas que conducían junto a ella le preguntaron: «¿Qué estás intentando demostrar? ¿Cuándo te rendirás?» Ella les dijo que no intentaba demostrar nada, que solo quería correr la maratón. Creyeron que se retiraría en algún momento.

Luego, Jock Semple se colocó junto a Katherine y sujetándose a las puertas del autobús le dijo: «¡Tienes serios problemas!» y Arnie le respondió: «¡Vete de aquí, Jock, déjanos en paz!»

Katherine seguía mirando el asfalto. El miedo y la humillación que sentía se convirtieron en ira.

Cuando la prensa finalmente se retiró, todo se tranquilizó. La nieve caía. El único sonido que se oía eran las pisadas golpeando el asfalto y las respiraciones fatigadas. Katherine se dirigió a Arnie y le dijo: «Voy a terminar esta carrera, aunque sea a gatas si es necesario. Nadie cree que pueda lograrlo». Katherine se dio cuenta de que, si no terminaba la carrera, les daría la razón a aquellos que no creían en ella. Eso confirmaría sus opiniones de que las mujeres no estaban hechas para las maratones.

Su intención nunca fue romper las reglas, pero rápidamente se dio cuenta de que eso es exactamente lo que hizo. Katherine estaba cruzando los límites inadvertidamente y estaba cuestionando lo que todos creían que una mujer podía hacer físicamente.

Entonces corrió. Y siguió corriendo hasta que cruzó la línea de meta tras 4 horas y 20 minutos.

«Yo sabía que, si les daba la oportunidad de intentarlo, responderían».

Aunque finalmente descalificaron a Katherine de la carrera y la expulsaron de la AAU, pudo demostrar que las mujeres podían correr maratones. Y no cualquier maratón. Demostró que las mujeres podían correr y terminar la maratón de Boston.

Más tarde, un ejecutivo de Avon se puso en contacto con Katherine después de leer sobre su hazaña deportiva y le propuso organizar una maratón solo para mujeres en Atlanta. En lugar de quedarse con la oferta de una carrera solo para mujeres, Katherine reescribió la propuesta en un informe de 40 páginas que incluía varias carreras en ruta, lo que inspiró un circuito de carreras internacional.

Las carreras solo para mujeres se extendieron a 27 países y abrieron camino a lo que después se convertiría en la primera maratón olímpica para mujeres de la historia en 1984.

Katherine no solo estaba detrás de estos circuitos, sino que también se introdujo en la escena de las olimpiadas influyendo a los funcionarios, y estuvo al frente del organismo directivo mundial y del Comité Olímpico de Los Ángeles. Finalmente, en 1981, el Comité Olímpico Internacional votó para incluir las maratones de mujeres en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1984.

Sin la intención de demostrar una postura política, Switzer pudo demostrar oficialmente que las mujeres podían correr 42 kilómetros e inspiró a nuevas generaciones de mujeres corredoras.

Si Katherine Switzer no hubiera cuestionado el «statu quo» y no se hubiera inscrito en la maratón de Boston, no sabemos cuánto tiempo más habría sido necesario para que se reconociera y aceptara a las mujeres en el atletismo.

La moraleja de esta historia es que no debemos dejar que nadie nos diga lo que podemos hacer o no. Katherine dio el primero de muchos pasos. Cincuenta años después, aún estamos dando esos pasos.


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